24 agosto, 2008

De cuando fui manager-san


La de cosas chorras que puede llegar a hacer uno en la vida. A mis ilustres partidas a Tokimeki Memorial, desnudadas a medias en un post anterior, se une ahora el escalofriante relato de una época de mi vida breve (con lo que dos veces buena) en la que me adentré en los misterios de The Idol Master (Xbox 360, 2006).

El juego de marras se las traía. Basado en un arcade que triunfaba en Japón más que los bocadillos de Nocilla en una fiesta de cumpleaños, los valientes usuarios de 360 tuvimos nuestra ración de simulador de citas light, ambientado en el siempre difícil mundo de una empresa de cazatalentos. En el papel de un productor de jóvenes buenorras que han de ganarse el pan y el respeto como cantantes del momento (idols las llaman, chicas que pasan por la cima del éxito como una estrella fugaz; las flores de un día de la industria discográfica), hemos de exprimir su carrera al máximo... y si de paso ligamos con ellas, mejor que mejor. Y mira que dicen que donde tengas la olla mejor no meter la (censurado)... Pues bien, estos japoneses se lo pasan por el arco del triunfo. Así se acude con más motivación al curro, desde luego.

Una vez hemos elegido a la chica que más nos po... que más promete en el siempre duro mundo de la farándula japonesa, tenemos que entrenarla llevándola a clases de canto, coreografía y poses. De vez en cuando, se le da la opción al jugador de tener una cita con ella, oportunidad que hay que aprovechar para trabajársela bien, ya que surge de uvas a peras. Cada cierto tiempo, habrá programas de televisión en los que tendremos que llevar a nuestra idol para que enamore a las cámaras con su bailoteo, y si consigue buenos índices de audiencia y previamente no hemos metido la pata en las citas, el camino a la gloria y al amor habrá quedado bien asfaltadito.

Obviamente, pronto salí del engaño. La tónica de repetir lo mismo una y otra vez hasta que después de un año entero entrenando a tu chica se produzca el concierto decisivo se volvió cansina a más no poder. Después de que mi protegida cayera en la más absoluta mediocridad, probé el modo online. En él, competí contra otros japitos en audiciones en las que los mánagers teníamos que señalarles a nuestras cantantes los momentos en los que mirar a cámara o hacer determinado movimiento. Mis rivales eran terroríficamente buenos (apuesto a que eran personas que habían pasado días sin salir de sus respectivas cuevas para dar lecciones magistrales en internet)... y mis resultados, por ende, desastrosos.

Semanas después regalé este Idol Master a un colega del trabajo. Podía haberme sacado un buen dinero vendiéndolo en el mercado de segunda mano nipón, pero... habiéndolo jugado, me parecía pecado que alguien pagara por él.

1 comentario:

Nelson dijo...

Hoy hablar de este juego pero pensé:

LOLADA!!

Aunque pinte repetitivo, tiene bastante gracia xD

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